Siempre he hecho lo que me gusta
y hace feliz.
Es mi definición de ser
exitoso, una que trasciende los ámbitos del dinero, el poder, la vida llena de
activos, o el afán desmedido por el reconocimiento, algo tan propio del mundo
del arte, la academia, o el ejercicio profesional en el que me desempeño.
Soy humanamente feliz y
exitoso.
Y lo soy porque he afrontado la
vida con actitud, sin desconocer que ésta no siempre ha jugado a mi favor, firme
a mis convicciones y principios, sin perder el horizonte definido.
Dentro de ese orden de ideas,
elegí ser emprendedor, como lo he escrito en artículos anteriores, con el sueño
idílico de ser parte de un mundo lleno de ellos, de seres independientes social
y económicamente, dentro de los que caben los millones de empresarios pyme del
mundo.
Pero lo importante de este
escrito, es el hecho de ser feliz.
Un tema que ha estado alejado
del mundo de los negocios y la economía en general, pues las preocupaciones se
han concentrado en la generación de billete, el crecimiento del PIB, y la falsa
creencia de que con estos se alcanza la felicidad y la satisfacción en la vida,
cuando en realidad la situación es de sentido contrario: de la felicidad se
logra el éxito en sus diferentes expresiones: personal, profesional, económico,
etc.
Una preocupación que ha estado siendo
considerada con seriedad, desde años atrás.
Países como Finlandia, Nueva
Zelanda, Reino Unido, Japón, Escocia, Estados Unidos; empresas como Google,
Manpower, Deloitte, Virgin, Netflix, han considerado el asunto poniendo en
marcha ministerios, oficinas especiales, o áreas organizacionales dedicadas a
considerar su promoción. Universidades como Harvard, Berkeley, Columbia o Yale,
ofrecen hoy cursos dedicados al fortalecimiento de habilidades blandas para
lograrlo, ¡tal y como lo expone Andrés Oppenheimer en su libro! ¡Cómo salir del
Pozo! de reciente publicación.
Y es que desenfocamos nuestra
vida por ir tras placebos que ofrecen alegrías momentáneas.
Placebos que al no encontrar
retorno emocional positivo llevan a la depresión, la ansiedad o el estrés,
debido a la baja autoestima, a la poca tolerancia al fracaso, y, al poco
desarrollo de otras habilidades que seguro nos harían más felices, como lo
son la gratitud, la solidaridad, y la caridad, entre otras.
Menciona el libro referido, el
curso de "Liderazgo y Felicidad" ofertado por la Universidad de Harvard,
impartido por el profesor Arthur Brooks, gurú, experto en la materia, el cual
deja entre sus mensajes, que la felicidad es el resultado de la conjunción de
cuatro factores: familia, amigos, trabajo con sentido y filosofía de
vida.
Comparto la posición.
Familia, porque es el eje fundamental de nuestra
existencia, de donde proviene nuestra formación moral, ética, y la esencia de
como enfrentamos la vida.
Amigos, porque son la base del relacionamiento
social, de las conexiones, y garantes para no caer en la soledad y el aislamiento
absoluto.
Trabajo con sentido, haciendo lo que nos gusta y place, pues
hace parte de nuestro proyecto de vida, generando dinero por hacerlo y,
Filosofía de vida, clara, definida, alienada con quien se es
como ser humano, porque es la que exalta y mueve al espíritu para mantenerse
vibrando y resonando con el universo.
Son tiempos de trascender las
visiones economicistas del manejo de países y empresas, hacia unas más humanistas.
Sin significar que lo económico y financiero no son de utilidad, invito a considerar
indicadores que vayan más allá de PIB o los flujos de caja para medir el éxito
de gobiernos o empresas. Bien lo planteó Adam Smith, padre de la economía
moderna en su ensayo La teoría de los sentimientos morales, donde
escribió que el éxito de las naciones también debe ser determinado “(…) por la
proporción y medida en que hacen feliz a su población (…)”
SÍGUEME:
No hay comentarios:
Publicar un comentario