Conocí meses atrás un emprendimiento que movió mi vida. Trajo a mi mente
el recuerdo de un domingo, cuando papá, llegó a casa con un desconocido.
“Se llama José y viene de la cárcel”, presentó Martiniano en tono seco al
extraño, dejándonos a todos con la cara en forma de O de terror, al escuchar la
presentación. Hablo de mi familia en pleno mirando al personaje quien después
de un tímido saludo, se dirigió hacia el garaje para lavar el carro.
Papá quiso ayudarlo ofreciéndole una oportunidad para su reinserción social,
diciéndole en el lenguaje de las acciones, que cualquiera puede equivocarse,
pero que es su deber aprovechar las oportunidades de resarcirse, y cambiar el
rumbo de su existencia hacia uno de mejor destino.
Hacia un mundo mejor.
Algo por lo que deberíamos propender los seres humanos teniendo
consideración por aquellos que por cualquier circunstancia han equivocado sus
acciones, tal y como le pasó a José, quien llegó a nuestra casa a punto de
cumplir una condena de 20 años por asesinato.
Y es que lo del mundo mejor no es cuestión ambiental, animalista o de cumplimiento
de los ODS. Debe enfocarse y de qué manera, en la atención al ser humano como
parte fundamental para lograrlo teniendo en cuenta, su esencia primaria dentro
de las dimensiones sociales, culturales y psicológicas, sin importar quién es,
que hace, o donde se encuentra.
Por eso cuando conocí a Manuela, Leidy y Sebastián haciendo un pitch
sobre su emprendimiento, Corporación Epígrafe, mi vida se movió. Recordé a
papá, pero también reforcé mi convicción de luchar por el cambio positivo, por la
visión del emprendimiento social como vehículo para alcanzar el desarrollo y
con él, el bienestar de la humanidad.
Un deber ser de todo emprendedor social del que ellos son ejemplo a
seguir: el de servir y beneficiar a la humanidad a través de
emprendimientos que definan su sentido, concepto o propósito fundamental
en un mundo mejor, operando bajo modelos de negocio o de intervención social
innovadores, sostenibles y promotores de cambio radical.
Como lo hace la Corporación Epígrafe.
La que me recordó a mi padre y su enfoque social de la vida.
La que hace cosas por amor, no por trabajo, que lucha incansable por
alcanzar la sostenibilidad económica y generar valor social mediante acciones dirigidas
al fortalecimiento psicosocial de personas que viven en situación de encierro,
con especial atención, en aquellos que cargan con su propio infierno ante la
perdida de la libertad y están a punto de recuperarla, orientándolos para que asuman
un propósito de vida superior de esperanza, fortalecimiento espiritual cuando
salgan, aprovechando las bondades que el arte tiene para el asunto.
Un caso de innovación social que no depende de recursos estatales para
sobrevivir, sino de la gestión efectiva del equipo de trabajo por captar recursos
del sector empresarial, la cooperación internacional, pero en especial, de las alianzas
estratégicas y relaciones comerciales con aquellos que vean en su modelo CREA,
un apoyo para el cumplimiento de los objetivos sociales de sus organizaciones.
Otro deber ser del emprendimiento social.
El desarrollo de activos intangibles como los modelos de intervención
social propios. Modelos que permiten la realización de prácticas sociales escalables,
medibles y generadoras de impacto positivo; replicables en otras organizaciones
o lugares del planeta, que lleguen a convertirse porque no, en franquicias
sociales, cero dependiente del estado. Una situación relativamente fácil de
impulsar cuando se cuenta con el apoyo de equipos de trabajo transdisciplinarios
de alto desempeño, conocedores del
inductor de valor de la organización[1],
y del sentido social o concepto de negocio de esta.
Como el modelo CREA de Epígrafe.
Un modelo de intervención social soportado en el inductor de valor know
how[2],
desarrollado por su incansable equipo durante años de trabajo. “(…) una estrategia de acompañamiento y formación humana para las personas privadas de
la libertad, en la que se brindan herramientas, principalmente
artísticas, que le permiten al individuo reconocerse, reconocer al otro e
interactuar asertiva y positivamente con la sociedad (…) se utiliza la creación
artística para facilitar la expresión y resolución de emociones y conflictos (…)
se desarrolla la capacidad de motivarse, reconocer sentimientos propios y de
otros (…) y manejar adecuadamente las relaciones.” [3]
Aunque CREA posibilita la sostenibilidad financiera y la capacidad de
generar valor social de la corporación, no las garantiza.
La acerca al deber ser del emprendimiento social del siglo 21, uno que
mantiene vigilancia sobre la inestabilidad del mundo y los cambios que se generan
de manera abrupta y radical, para aprovechar las oportunidades sociales que surgen
exigiendo a los emprendedores, a fortalecer las competencias y habilidades de resiliencia,
emprendimiento e innovación, para proponer soluciones generadoras de impacto
positivo para la humanidad.
Como mi padre, Manuela, Leidy y Sebastián sirven a la humanidad. Él, desde el asistencialismo promovido en su época, ellos, desde la capacidad de emprender una empresa social que soporta sus acciones en la innovación social puesta al servicio de personas que, por azares de la vida, equivocaron su camino, pero que lo desean rectificar.
[1]
Andrés Urrego. Por Encima del Concepto no hay nada. https://losentrepreiners.blogspot.com/2022/09/por-encima-del-concepto-de-negocio-no.html
[2]
Ibid
[3] https://epigrafe.org/informes/programa-crea/
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